Rompeletras
Blog de Alejandro Góngora
miércoles, 23 de febrero de 2022
Blog en remodelación
Este blog se encuentra en remodelación a puerta cerrada. Prácticamente, todos sus textos fueron incluidos en el libro titulado «La resistencia » que su autor Alejandro Góngora publicó en el año 2022.
sábado, 4 de noviembre de 2017
La amapola de Quevedo
El pasado viernes trece de
octubre asistí –en la antigua casona donde Gabo terminó su bachillerato en
Zipaquirá— a la obra de teatro: La amapola de Quevedo. Siempre me ha parecido
bastante ridículo escribir sólo elogios sobre algo (película, libro, canción,
obra teatral, pintura, etc.), pero me parece más ridículo no hacerlo cuando los
merecimientos saltan a la vista. Ese viernes llegué a las siete de la noche sin
mucha expectativa, pero dispuesto a entrar en los recovecos de la vida de
Guillermo Quevedo Zornosa (músico, poeta y compositor que marcó la historia de
Zipaquirá). Como todas las sillas estaban ocupadas, me quedé de pie atrás de
los asistentes en el inmenso patio inundado de viento frío. Pero no me cansé
por haber permanecido de pie durante los cerca de ochenta minutos que duró la
obra. El honesto drama, la comedia justa, la autenticidad de los personajes, la
pertinencia del vocabulario, la precisión de los diálogos, la música de
Guillermo Quevedo Z. sonando en vivo y la utilización de los enigmáticos
espacios de esa inmensa casona antigua me mantuvieron ebrio de dramaturgia,
atento al siguiente gesto de cualquier actor e invadido por la Zipaquirá de
principios del siglo XX.
El enfrentamiento entre el
compromiso político del protagonista y su relación amorosa con María Navas,
mantuvo una tensión dramática que no abandonó la dura realidad pero tampoco el
romanticismo más puro. El dilema existencial de un hombre que siente que luchar
por un “mejor” país es un deber de todos, pero que al mismo tiempo se vuelve un
manojo de nervios cuando ve a su amada, convierte la historia en un nudo
existencial que mantiene al auditorio atado a la siguiente escena.
La puesta en escena de la doble
moral que en pleno 2017 estamos lejos de superar, fue otro ingrediente que
nutrió la ambiciosa obra. De esto se encargó la señora que, de puertas para
afuera, reflejaba una realidad que no era más que el frágil maquillaje que
ocultaba un hogar violento y machista. “Al contrario Blanca, tengo que estar
agradecida con Dios por haberme casado con un hombre de su altura”, dice Rosario
(la cita no es textual sino de memoria) justificando la fatalidad de su destino
al lado de ‘su’ hombre. Así mismo, podría hablar de la genuina amistad entre
Enrique y Guillermo, o del compromiso del general Sánchez, o de la preocupación
de Blanca Navas por su hermana, o de la complicidad entre Conchita Quevedo y su
cuñada, o de la metamorfosis que sufre el personaje de María por esperar el
regreso de Guillermo de la guerra y por una fuerte pérdida familiar, o del
montón de recursos que hicieron de la obra una experiencia impactante, compleja
e inolvidable; pero convertiría este texto en una inútil lista de méritos que
siento innecesaria porque la obra no necesita que nadie la defienda. Es fuerte,
valiente y honesta. La amapola de Quevedo habla por sí misma.
Recuerdo algunas frases –que no
cito de forma textual sino como las rescata mi memoria— que permiten entrever
el poder del contenido de la obra: “La amapola es mi flor favorita (clave del
drama y el romance)”, “Prefiero no meterme en política... Pues tarde o temprano
la política terminará metiéndose contigo”, “¿Para qué sirve la guerra? Para
demostrarnos lo estúpidos que podemos llegar a ser los seres humanos”.
Al final de la obra, en medio
de los aplausos que a las nueve de la noche de ese viernes se confundían con
las heladas gotas de una tímida llovizna, pensé que tenía que volver al
siguiente día. En efecto, el sábado 14 de octubre volví al mismo patio de la
inmensa casona antigua –ahora llamada centro cultural Casa del Nobel—, me logré
sentar en segunda fila –desde donde tenía una panorámica perfecta para recorrer
con mis sentidos todo el escenario— y volví a entregarme indefenso a la magia
del teatro local de mi ciudad. Volví a llorar y a sonreír con el indescifrable
y jugoso placer que me han producido los libros más deslumbrantes, las mejores
películas y las canciones más alucinantes.
La conclusión más poderosa que
ahora le arranco a toda esta experiencia, es que necesitamos cada vez más
expresiones artísticas honestas y bien hechas que nos hablen de nosotros mismos,
que no le tengan miedo a ser profundas y abordar temas trascendentales, que nos
sirvan de linternas para iluminar el sendero de nuestra identidad y así nos
permitan destruir esta oscuridad de no saber quiénes somos o qué debemos hacer
para profundizar en nuestras vidas o por qué somos como somos. Ojalá que pronto
pueda repetir la experiencia con más expresiones artísticas locales, y, por
supuesto, ojalá que pueda volver a asistir a La amapola de Quevedo.
Etiquetas:
arte,
La amapola de Quevedo,
opinión,
teatro,
Zipaquirá
Ubicación:
Colombia
martes, 7 de julio de 2015
Lógica de guerra
1. Pasión.
Toda
guerra empieza con una pasión desbordante, con fanatismos que vendan los ojos
de quienes los padecen. Toda guerra empieza así, con un amor exagerado y
malentendido. Hitler por ejemplo, no desató la segunda guerra mundial por odio,
sino por su exceso de amor hacia un país, hacia una raza, hacia una manera de
entender el mundo. Y esa abundancia de amor convertida en fanatismo, expuso
ante la humanidad la lenta maquinaria que convertía su exceso de amor en odio
agazapado.
2. Preludio de guerra.
Después
los ejércitos se preparan, se llenan de ímpetu y valentía. Se paran frente a
sus enemigos convencidos de que saldrán victoriosos, pero no son más que
marionetas de los fanatismos y sus inventores.
3.
Comunión
(después del azar y la guerra)
Durante
la guerra, la rabia, el azar y el dolor se apoderan del escenario y, después de
ella, los remordimientos y las ruinas impregnan el ambiente de una extraña y
cálida comunión. Ahí es cuando los enemigos se reconocen y son capaces de
grandes gestos que redimen a la humanidad entera. Ahí es cuando un luchador
puede sostener a su enemigo entre sus brazos, echarle un poco de agua en las
heridas y respetarle la vida o la muerte o lo que sea necesario.
4. Amor.
Y
al final, cuando las lágrimas ya no hagan ruido y las nubes negras se disipen
en los corazones, quedará como siempre el mismo faro en medio de la misma
estúpida tormenta, quedará el amor sin barreras y sin entregas de muerte,
quedará ese amor que sobrevive de pie sin reclamos, sin fanatismos, sin
cadenas.
Etiquetas:
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lógica de guerra
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Colombia
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